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Hasta siempre, dulce Príncipe de las Tinieblas
Ozzy Osbourne cerró los ojos por última vez y con él se apaga una de las voces más crudas y verdaderas que tuvo el rock.

Se fue Ozzy.
El Príncipe de las Tinieblas cerró los ojos por última vez y con él se apaga una de las voces más crudas y verdaderas que tuvo el rock. Pero hay algo que quiero decir. Algo que nosotros sabemos pero el común de la gente no: Ozzy Osbourne no era el diablo.
No era tampoco un predicador del mal. Ni siquiera un monstruo, por más que a veces lo pareciera. Ozzy fue un espejo. Y su reflejo era el nuestro: la locura, el miedo, el dolor, el amor, la pérdida. Lo humano.
Lo apodaron oscuro porque dijo cosas que nadie quería escuchar. Lo censuraron porque hablaba de la guerra como lo que es: un crimen de traje y corbata. Lo miraron con miedo porque puso sobre la mesa la depresión, la ansiedad, la soledad… mucho antes de que fuera un tema.
Ozzy nos cantó el infierno, pero no el del más allá: el de acá, el que vivimos cada día. Y lo hizo con esa voz única, quebrada, medio desafinada pero cargada de verdad. Porque Ozzy nunca fue perfecto. Fue real.
Desde los primeros riffs de Black Sabbath, la cosa fue clara: oscuridad, atmósferas densas, letras como cuchillos. Pero no era teatro barato. Era una forma de hablar del sufrimiento, del sinsentido, de la alienación. Era una manera simbólica de vomitar lo que la sociedad quería esconder. Era oscuridad como lenguaje, no como culto.
¿Eso es satánico? No. Eso es brutalmente humano.
Lo que algunos veían como un bufón, era en realidad un testigo lúcido de una época enferma. Ozzy fue marginal, pero nunca cínico. Fue excesivo, pero no falso. Y en cada caída pública —ya sea por sus adicciones, su salud mental o su excentricidad— lo que vimos no fue una estrella caprichosa, sino a un tipo roto que seguía buscando sentido.
Eso conecta.
Eso duele.
Eso queda.
Hoy el mundo se queda sin esa voz temblorosa que gritaba por todos los que no sabíamos cómo. Se va el tipo que no quiso caer bien, sino decir lo que le dolía. El que usó murciélagos y crucifijos como símbolos, pero lo que realmente mostraba era el vacío de un mundo que se olvida del alma. Mostraba cómo duele ser humano.
Hasta siempre, dulce Príncipe.
No te vamos a olvidar.
